viernes, 6 de agosto de 2010

epílogo

Tenía el maquillaje corrido, el pelo desordenado y esa actitud de mujer fatal un tanto desgastada. Estaba sentada en el piso la primera vez que la vio, con las piernas enroscadas como la serpiente que pretendía ser. Creía que el dolor era bajar de un atado a tres puchos por día o cortarse con papel. Se miraba las uñas descoloridas casi por hacer algo y no fue hasta que levantó la vista que él se dio cuenta que tenía la cara cruzada por una gran cicatriz. Trató con todo de no mirarla fijo y fracasó rotundamente. Ella le devolvió unos ojos sin ganas por detrás de los mechones de pelo rojizo, al tiempo que encendía un cigarrillo y le ofrecía una pitada. Aceptó sin saber por qué y sintió el sabor dulce que le había dejado al filtro, como una pequeña invitación. Se lo devolvió y recibió a cambio una ligera electricidad cuando sus dedos se rozaron. Mientras se sentaba, el frío palier se opacaba por la niebla y por la noche que se abría paso. El silencio era el marco ideal para ese ir y venir de soledades, del cigarrillo de boca en boca, del pasillo desierto y el humo formando remolinos entre los dos, franqueando ese abismo que entraba en los pocos centímetros que los separaban. Podrían haber pasado horas o tan sólo unos minutos, podría haberle hablado, preguntarle cómo se llamaba, cuál era su flor favorita, qué canciones la hacían llorar. Nada de eso importaba, su nombre, su historia, eran tan irrelevantes como esa cicatriz, detalles que le habrían interesado a cualquier espectador.
Fumaba pensando en la manera de irse, pero con cada bocanada comprendía que iba a permanecer ahí indefinidamente, junto a ella que no le hablaba, que lo atraía con la fuerza tácita de un imán delicioso, reduciéndolo a ser un pequeño y simple alfiler, a su lado irresistiblemente. Imaginaba cómo sería su voz entre esos labios… No, no necesitaba preguntas, le alcanzaba con contemplar a esa criatura adorable de ojos castaños y creer que bien podrían haber pasado horas, sabiendo en verdad que había pasado toda su vida.

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